VER QUÉ ESCONDE NUESTRA CORAZA
Pema Chodron
Entre las enseñanzas del budismo Mahayana encontramos el siguiente dicho: “Dirige todas las culpas hacia tu persona”. Lo que en esencia esta frase viene a decir es que “cuando algo duele tanto es porque lo estoy agarrando fuertemente.” No te está pidiendo que te flageles, ni está proponiendo que vayas de mártir por la vida. Lo que está insinuando es que el origen de tu dolor está en la fuerza con la que te aferras a que las cosas sean como quieres, y que cuando nos encontramos incómodos o en una tesitura o lugar que no nos gusta, una de nuestras principales maneras de salir del escollo es culpabilizar.
Lo que solemos hacer es erigir el muro de la culpabilización, el cual nos impide comunicarnos con los demás con honestidad; y lo blindamos con nuestras creencias sobre quién está en lo cierto y quién no. Lo hacemos tanto con personas de nuestro círculo más cercano como con la política: aplicamos el mismo tratamiento a cualquier circunstancia que no sea de nuestro agrado, provenga esta de nuestros allegados o de la sociedad en general. Culpabilizar es una antigua y muy extendida estrategia que hemos perfeccionado con el objetivo de sentirnos mejor. Utilizamos la acusación intentando proteger nuestro corazón y salvaguardar aquello que está expuesto, que es delicado y blandito dentro de nosotros. En vez de apropiarnos de nuestro malestar, le damos vueltas a la realidad buscando posicionarnos en un lugar un poco más cómodo.
Esa frase encierra una útil y beneficiosa invitación para que comiences a desactivar la vieja y arraigada tendencia a querer salirte siempre con la tuya. Puedes empezar por esto: en el momento que te venga el impulso de echar la culpa fuera, intenta contactar con aquello que hace que estés defendiendo tu posición con tanta fuerza ¿qué te está pasando cuando acusas? ¿qué estás sintiendo cuando rechazas? ¿qué hace que sientas odio? ¿qué te está pasando mientras defiendes tu ira?
Hay mucha dulzura, mucho amor dentro de cada uno de nosotros. Hemos de empezar por ser capaces de percibir ese lugar tierno en nuestro interior. La compasión va de eso. Cuando llevamos un tiempo sin echar las culpas fuera, el suficiente como para dejar que se abra un espacio donde poder percibir nuestra parte vulnerable, es como si hurgáramos hasta tocar la gran herida que está protegiendo esa coraza hecha de acusaciones (…)
Para actuar de manera compasiva has de empezar por discernir cuándo estás haciendo lo que corresponde y cuándo estás haciendo lo que no corresponde. Es entonces cuando podrás ver el margen de actuación que se abre entre esas dos opciones; se trataría de habitar ese frágil e inestable lugar.
Habitar ese lugar, si lo consigues, te entrenará a lo largo de tu vida a que te abras a cualquier emoción que puedas estar sintiendo; a que te abras cada vez más, en vez de cerrarte. Verás que a medida que te comprometes a actuar desde ahí, y empiezas a sentir que estás honrando partes de ti mismo que antes no soportabas, algo cambiará en ti para siempre. Tus antiguos patrones empezarán a perder fuerza y comenzarás a ver las caras de las personas y a escuchar lo que te dicen.
Si empiezas a contactar con aquello que estás sintiendo desde un lugar de ternura, tu armadura terminará derritiéndose, y entonces verás que hay más áreas en tu vida que puedes mejorar. A medida que aprendemos a mostrarnos más compasivos con nosotros mismos, el círculo de la compasión crece, así como las maneras de mostrarla hacia el resto de personas y cosas con las que nos relacionamos.